Seguramente, si este selecto grupo de deportistas hubiese desfilado por las pasarelas de Milán con estas estrambóticas camisetas, la critica especializada los habría calificado como visionarios; y si, tal vez, la postal del equipo, compuesto por borrachines y alepruses de las más variadas procedencias, se hubiese presentado en la Bienal de Venecia; habríamos redireccionado nuestros triunfos deportivos hacia el campo de la estética; en ambos casos, habríamos terminado igual: Sentados, medio borrachos, medio sobrios, sobre una java de bielas hablando cosas improductivas.
Pues bien, nuestro destino no fueron las pasarelas de Milán ni, mucho menos, la Bienal de Venecia. Nuestro destino fue la siempre querida y añorada cancha del viejo Lucho.
Remontemonos a esto; Hugo "el huevo" Puentes estaba hincandole el diente a su proyecto de equipo de fútbol denominado pretensiosamente "los Chilenos". Como todo equipo que se respete e incluso este, se debía contar con la indumentaria adecuada. Para ello, se consulto al cónsul de un país (por petición del alto diplomático, nombre y país del involucrado serán omitidos en esta reseña). La conversación entre Hugo "el huevo" Puentes y el cónsul, seguramente, transcurrió de la siguiente manera:
Hugo: ¿Como tai won?
Cónsul: Bien ¿Y tu?
H: Con los cabros estos del equipo... Oye po, no seas chanta, regalanos unos uniformes.
C: ¿Tai loco won?
H: ¿Won?
C: Si Won; mmm; aunque tengo unas poleras por ahí won.
H: Ta bueno won.
C: Si won.
H: Bien Won.
C: Won.
H: Won, won.
C: Ya po won.
H: Te enojai po todo won.
Luego de la conversación vinieron estos uniformes. mix de triángulos y polígonos sin sentido alguno. Mangas negras, espíritu negro.
Pronto Hugo "el huevo" Puentes comprendio que la mejor manera de mantener el juego de camisetas completas era el entregar y pedir dicha indumentaria antes y después del respectivo partido. Tal cual como un equipo profesional. Uds saben, uno nunca imagina a Victoria Beckham restregandole la poco sudada camiseta de su marido en una piedra de lavar, puesto que el equipo donde jugaba, y sonreía su maridillo, le entregaba la indumentaria lavada, planchada y con almidonsito antes de los partidos; conjunto de labores que Hugo "el huevo" Puentes nunca hizo.
Finalizados los compromisos, "el huevo" depositaba las camisetas en una funda plástica; luego iba a su casa y las ponía en agua sin jabón (ojo con ese detalle) a media semana las colgaba en un cuarto oscuro y húmedo; luego recogía las camisetas segundos antes del partido para, finalmente, repetir dicha operación por n número de semanas. Hay que añadir que "el huevo" compartia apartamento con dos perros que tenían serios problemas en sus esfínteres gracias a la poca disciplina a la cual eran sometidos, una gata arisca y un gay cuya principal entretención era la de buscar pareja en Internet.
De ese y hacia ese exótico entorno fueron y vinieron las camisetas por un lapso superior al año. Tiempo suficiente para que las dichosas prendas de vestir emanaran mil aromas que dificultaban la labor de marcaje del rival hacia nuestros abnegados jugadores. Fue de esa manera que Carlos Rioseco y Joaquín, entre otros, huyeron de los más feroces marcajes y deambularon libres y sin presión por los predios de la cancha del viejo lucho, dejando tras de si una estela perfumada que llamaba al recuerdo a las más sublimes hazañas de estos deportistas. Aunque, valga la pena decirlo, como ni Rioseco ni Joaquín corrían mucho, el hedor se concentraba en diversas partes del terreno; es más, cuentan que en el último partido de el bueno Carlos Rioseco, este anoto su primer gol con el equipo y acto seguido, preso de la alegría, beso su camiseta...No volvió a jugar nunca más. Fuentes ligadas a el, cuentan que desarrollo una infección bucal; según los médicos, atacado por una bacteria que se consideraba extinta.
Fue así como la vetusta camiseta vistió a nuestros primeros tres equipos, denominados: Los Chilenos, Atlético Rafael y San Pablo Basurco; en una época en que el nombre del equipo variaba según el campeonato y el protagonismo de sus jugadores. Arropados con tan selecta prenda alzamos la supercopa.
Este fue un pequeño, pero noble homenaje a nuestra primera camiseta, a su gloria, a su temple, a su diseño y, por sobre todas las cosas, a su olor. Mil odas a la infinita creatividad de las costureras de la Marín.
Por cierto, las camisetas finalmente cayeron en manos de los jugadores, a lo que viene la pregunta ¿Que hicieron con sus camisetas?